X-Men primera generación: fiesta psico-freak

X-Men First class cae en una de esas leyes artísticas, inevitables a las ficciones exitosas. Quienes hayan tenido la pesada carga de leer en la secundaria el Poema del Mío Cid, o al menos para los que vivan cerca de su monumento en el centro geográfico de la ciudad, seguramente se sorprenderán al enterarse de que silgos más tarde del éxito del poema que cuenta las hazañas del Cid campeador, se publicaron Las mocedades de Rodrigo, cantar de gesta castellano que cuenta lo que hacía el Cid de pendejo, como por ejemplo, matar al padre de la doncella Jimena y luego casarse con ella, después de matar a millones de moriscos, o iniciar una guerra entre la Castilla y la Francia medievales. Los de la generación que hoy rondan los veinte y treinta, conocen esta ley de la ficcionalización del origen o la juventud del héroe, mediante dibujos animados como el joven Scooby-doo, los jóvenes Tom y Jerry, trilogías cinematográficas como Star Wars episodios I, II y III, o series televisivas como Smallville. Esto es, la necesidad tanto de seguir llenando los bolsillos con una misma idea, así como la de explicar cómo llegaron las cosas a estar como estaban la inicio de la primera película de la saga.

Pero este film, además de explicar cómo comenzó todo, entre esos dos mutantes, que son Magnetto (el del casco, por Michael Fassbender, el mismo actor que hizo de cuchillero alemán degüella nazis en la obra maestra de Tarantino ) y el Profesor X (el de la silla de ruedas, por James McAvoy, el pibe que hace de joven doctor en esta perfecta crónica de una dictadura africana), se inmiscuye atrevidamente en la historia mundial, instalándose en los años más crudos de la Guerra Fría. Por eso hay escenas que nos recuerdan el ácido y desesperado humor del explosivo científico loco de Kubrik. Y por eso retrata tan bien la personalidad yanqui: primero contra los Nazis, después con los Nazis, contra los soviéticos, ¿y luego? ¿todos juntos contra los mutantes?

El Profesor X, que de joven se llama Charles Xavier, es un exitoso universitario investigador de la evolución genética. Junto con el joven Magnetto, llamdo Eric Lehnsherr, un hombre resentido que logró evitar el campo de concentración nazi y que vio morir a su madre en manos de uno de los capitanes alemanes, comienzan a reclutar los mutantes americanos para ayudar a la CIA en lo que parece ser una maniobra inminente de los rusos para instalar bombas nucleares en Cuba. Ahora, ¿qué pasará después de la ayuda de los "freakis" (como a veces los llaman para su sufrimiento)? ¿Qué harán ellos? ¿Integrarse en la sociedad que los denueda así como los homo sapiens se instalaron en la de los homo erectus?

La problemática tan recurrente en esta trilogía -la xenofobia- aparece más viva que nunca, por momentos relegada solo a la estética (Emma Frost es una chica que nunca se sintió "normal" por ser toda azul y tener escamas, y eso que nunca fue a una secundaria estatal), y por momentos dibujando la pregunta que todos nos hacemos una o dos veces por mes: ¿somos los seres humanos buenos o malos? ¿Podemos vivir en un mundo, aceptando a nuestros semejantes que a veces son tan diferentes a nosotros? ¿O deberemos eliminarlos de nuestra realidad? ¿Por qué los mutantes solo aparecen en Los Estados Unidos de América? ¿Es el Diego uno de estos X-Men? La lengua argentina así lo cree.
Por lo demás, la película está bien. Nada muy alejado de lo que veníamos viendo en las anteriores. Algunos cuantos chistes predecibles, algunas explicaciones sobre por qué existe esa bestia azul que hace de diplomático, por qué hay tanto odio en el alma de Magnetto, algunas explosiones, un pifie tragicómico para los que sí sabemos dónde queda Villa Gesell, una breve e irónica apárición de Wolverine, algunos combates sangrientos llenos de efectos especiales, y por momentos, el mejor clima de los psicodélicos años locos que fueron los sesentas, cuando Los Beatles competían contra los Rolling Stones, Keneddy se peleaba por el teléfono con el presidente de la URRS, y las minifaldas se volvían la prenda más usada.

Por lo tanto, la Lengua argentina recomienda ver esta película mientras se degusta un buen tarro de pochoclo, se piensa en qué se va a hacer el fin de semana, se sienta bien cómodo en el sillón y se prepara, en caso de tener un poco de sueño, para dormir una linda siesta llena de sonidos extraordinarios en dolby surround 5.1.

Garganta profunda

A mis manos llegó, así como por arte de magia, una revista cuyo metonímico nombre alude a un grito inmortal. Es una de esas publicaciones que juegan por lo bajo, que se venden sólo en algunos quioscos de la ciudad, en ciertas librerías o bares del centro, o se reparten en aulas de facultades, pero que pegan fuerte en lo alto de la situación periodística nacional. Una de estas revistas que ya desde el diseño dan a entender que las cosas se construyen y se sostienen desde abajo, y que siempre se puede sorprender y dar vuelta las cosas. Realizada por uno de aquellos grupos editoriales que toman medidas siempre desde lo profundo del corazón, y dan que hablar a quienes monopolizan la palabra día a día, con su maquinaria multimediática e hiper repetidora. Al igual que todas esas cosas leíbles, que me llegan a las manos por arte de magia, no pude evitar leerla desde el inicio de su primera página hasta el final de su última.

La edición del mes de mayo de 2011, la que tenía en mis manos, tiene en tapa y en contratapa a la Mona Jimenéz. Al frente, el cordobés muestra su garganta en un grito simliar al de la editorial que lo publica, mientras que al final, la Mona se cola -o se cuela, para ser correctos- en la Gioconda de Leonardo.

Digo para ser correctos, porque esta revista no es correcta, y ese es el orgullo de todos los que la hacen y la leen. La Garganta Poderosa es incorrecta política y periodísticamente porque nace de una realidad muchísimo más incorrecta que ella. Se pone a la vanguardia de la difusión alternativa y desde allí difunde la acción verdadera, que es la acción de los vecinos de los barrios marginales de la Ciudad de Buenos Aires y de toda Latinoamérica.


Una lectura de sus realizadores daría alguna pista de su voluntad eterna: los redactores, Claudio Kiki Savanz y Ayelén Toledo (a quienes conoceremos próximamente), los colaboradores Miguel Sánchez, Julio Cortázar, Roberto Santoro, el Padre Mujica y Luciano Arruga, y Rodolfo Walsh como su redactor jefe.

La hojeamos un rato y vemos a la Brujita Verón queriéndose comer una página, a algunos trabajadores de barrio sonriendo para la cámara, a la Mona, al payaso cordobés Piñón fijo, a los polémicos hijos de la noble Ernestina. Saltamos a la página del medio y vemos una foto a doble carilla. ¡Con ustedes, uno de los torturadores más famosos del país! Luis Abelardo Patti, con el uniforme con el que todos amamos verlo. El titulado es "La fiesta de todos II". De fondo, el Monumental del 78. Pero volvamos al comienzo, para entender mejor de qué se trata esto.

Cuesta derribar la costumbre. Buscamos el título, y al no encontrarlo, leemos el cintillo que encabeza la página: "emociona ver a Liliana Galarza, empujando su carro, a los 51 años, por la villa 21-24. No lleva cartones, lleva el sustento de sus 11 hijos".

Empezamos a leer la masa textual, una suerte de editorial-manifiesto de la garganta que se autodenomina La Poderosa, hasta llegar al final de la primera columna, donde nos topamos con la volanta y el título. Ahí estaba el guacho. En esta revista, los títulos están en la base. Estas notas crecen desde el pie, como diría Zitarrosa. Terminamos de leer la apertura y entendemos que esta garganta gigante se compone por "anónimos todos", "cada día más negros", quienes durante 7 años alumbraron "con trabajo comunitario y financiero genuino infinitos espacios de educación popular, cooperativas, talleres y asambleas autónomas". La escuchamos gritar el gatillo fácil, o el "SAME que jamás se llevó a Humberto y Pascual". La escuchamos reirse de periodistas e intelectuales como Morales Solá o Beatriz Sarlo, que hablan sin saber de qué. Escuchamos su necesidad de saber cómo se llaman "Felipe" y "Marcela". La vemos agradecerle al Victor Hugo uruguayo y a su compatriota Galeano, al periodista de la voz grave Eduardo Aliverti, al pelado de los stand-ups Sebatián Wainraich, a Daniel Tognetti, cuya pasada por el noticiero C5N terminó cuando manifestó su admiración por Fidel, y a la radio alternativa La Tribu, por hablar de ellos con fundamentos; esto es, simplemente y como cualquier periodista sabe, informándose antes, con aventurera curiosidad.

Por momentos, mientras la leía, llegué a pensar que era una de esas publicaciones kirchneristas, como las que últimamente están saliendo a la calle, o se reparten gratis a la entrada del subte. Pero no lo es. Me di cuenta de esto al observar, en sus márgenes, las caritas de los reprimidos por la burocracia y por la policía, Mariano Ferreyra y Carlos Fuentealba, dos íconos de las luchas sociales que no pudo apropiarse el movimiento que hoy gobierna la Argentina, cada vez con más consenso y hegemonía.

Varios gritos da la garganta. Están los gritos del pueblo, que aprovecha estas páginas para difundir sus acciones: notas como la de Cirilo, el fotógrafo del barrio Fátima, en Villa Soldati, que cuenta la resistencia de su barrio durante la dictadura. O gritos como el de la villa Rodrigo Bueno, en Costanera Sur, que le ganó un juicio al gobierno porteño, e impidió "la amenaza pro de ceder nuestras tierras para los negocios inmobiliarios de los Rodríguez Larreta", y que hará que Maurizio -como escribe Verbitsky-, en vez de enviar las topadoras del desalojo, deberá "presupuestar viviendas, porque otra vez el poder empresarial ha perdido la batalla contra el poder popular".

Gritos como los de los presos, que tienen su oportunidad de saludar a sus viejas o a los muchachos y, de paso, dejar un consejo para que los que están afuera no permitan que el sistema los encierre a ellos también".

Por otro lado están las entrevistas a famosos, como al rey del cuarteto que cuenta que un milico lo perdonó en la dictadura cuando lo iban a desaparecer, o de su origen humilde; o a la brujita pincharrata que dejó la comodidad y el lujo inglés, para sacar campeón de América al club de sus orígenes; o a Pablo Marchetti, director de la revista Barcelona, haciéndose cientas de preguntas sobre la actualidad de los medios de comunicación.

Y me dije: esta es una revista que no apuesta a la rutina ni a la convención. Que a cada paso, despliega nuevas formas de entrevista, como el doble discurso interior entre el joven redactor "Kiki" y Piñón Fijo, o el color humorístico que tira aquel pibe sobre las páginas finales. Esta revista sabe lo que hace. Porque si a todos los entrevistados les hacen una en pregunta común, es porque esta es de las preguntas que realmente importan, como la explicación de la Brujita sobre su tatuaje del Che Guevara, o el porqué de su pelada, o a la Mona Jiménez, quejándose de que los colectivos no paran en su barrio a las 10 de la noche.

Porque esta revista canta junto al pueblo, y no lo mira desde atrás, y no se olvida de las causas de la pobreza ni olvida a los responsables de que las cosas estén como están. Y cuando la garganta grita por los responsables, no se queda sólo en los que llevaron a cabo la acción, sino que señala a quienes se encargaron de ocultar lo que se llevaba a cabo desde el monstruo del estado, cuando su deber era informarlo. Por eso, por los alrededores de la Casa Rosada, esa mañana del 25 de marzo, amanecieron los afiches que acusaban a Mirtha Legrand, a Gelblung, o a Mariano Grondona, bajo la consigna de ¡Yo no me olvido! Por eso dan que hablar. Y por eso seguirán gritando desde las bases, lo que tenemos que hacer para lograr la igualdad y la integración.

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