Hace 120 años, Dios estuvo enfermo

“Proletario que mueres de universo, ¡en qué frenética armonía acabará tu grandeza, tu miseria, tu vorágine impelente, tu violencia metódica, tu caos teórico y práctico, tu gana dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición a tu enemigo!”: así cantaba César Abraham Vallejo Mendoza, mientras los españoles -rebeldes contra republicanos; rojos contra fascistas- generaban torrentes de sangre. La guerra civil inspiró, entre otras obras de arte como el Guernica de Picasso, el poemario España aparta de mí este Cáliz, libro póstumo del gran escritor peruano a quien hoy rendimos homenaje, cuya palabra es un fiel reflejo de la técnica del cuadro de aquel pintor español, padre del cubismo.

Vallejo, mestizo y provinciano, fue el poeta latinoamericano que más profundo cavó la corteza del lenguaje español en el siglo XX. Mestizo y taciturno, de frente amplia y ceño pronunciado, Santiago de Chuco lo vio nacer un 16 de marzo de 1892, “un día que Dios estuvo enfermo”, como exclama en uno de sus heraldos negros.

A los 26 años publica su primer poemario, de forma modernista, pero cuyo contenido excede la inocencia y el sentido directo, para erigirse en crisol barroco de discursos, donde son temas constantes la religión, la muerte, los padres y las expresiones cotidianas. La nostalgia tiñe toda su obra que tiene la fuerza imperial del inca, como aseguró José Mariátegui, al teorizar que “no se hunde en la tradición, no se interna en la historia. Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y de su ánima. Su mensaje está en él. El sentimiento indígena obra en su arte quizás sin que él lo sepa ni quiera”.

Las vanguardias lo parieron como artista, y su tinta parió infinitas abstracciones, surrealistas imágenes, poéticos éxtasis. Recordemos sus primeros versos: “Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé!”. Preguntémonos: ¿No es, al fin y al cabo, eso su poesía: golpes tan fuertes “como del odio de Dios” que nos quedan marcados en la conciencia, como lo quedaron en el alma del pueblo peruano?

A sus 21 años se traslada a Trujillo a estudiar Filosofía y Letras; su tesis final trata de los románticos españoles. Cinco años después publica Los Heraldos Negros en Lima. En 1920 pasa ciento doce días en la cárcel en Santiago de Chuco, acusado injustamente de robo e incendio, durante una revuelta popular. Gracias a semejante injusticia existe Trilce, su segundo poemario, mezcla de triste y dulce, que traspasa todos los límites del idioma y de la escritura, con juegos matemáticos, neologismos, anacronismos, juegos con los caracteres; dejemos hablar al gran poeta:

“Aire, aire! Hielo!

Si al menos el calor (--------------------- Mejor

no digo nada.

Y hasta la misma pluma

con que escribo por último se troncha.

Treinta y tres trillones trescientos

treinta y tres calorías.”

Europa estuvo siempre en su gran entrecejo. Las vanguardias artísticas, especialmente el dadaísmo y el surrealismo ayudaron a formar su magna sensibilidad. Criticó con entusiasmo las vanguardias latinoamericanas: “hoy como ayer, los escritores de América practican una literatura prestada que les va trágicamente mal…un verso de Neruda, de Borges, o de Maples Arce no se diferencia en nada de uno de Tzara, de Ribemont o de Reverdy”.

En 1923 viaja a París, ciudad de la que escribió que moriría “con aguacero” y donde quince años después “murió mi eternidad y estoy velándola”, como decía en sus Poemas en prosa.

Como periodista viaja en 1928 y 1929 a la Unión Soviética en apoyo del hemisferio y la filosofía de la revolución de Oktubre, donde conoció a Maiakovski. Lo demás fue un ir y venir. Pasa algunos años en París de clandestino, va a España, viaja nuevamente a la Unión Soviética. En 1931 publica su única novela El Tungsteno, de corte social. Se inscribe en el partido comunista español y en 1937, en plena guerra civil, asiste al Congreso de escritores antifascistas en Madrid.

Muere pobre y desnutrido en París, el 15 de abril de 1938. Dos libros póstumos se publican: Poemas humanos y España aparta de mi esta Cáliz; el primero contiene la fuerza, el ritmo y la gloria de su poética, allí exclama “¡Cuánto catorce ha habido en la existencia!”; el segundo, loas, himnos y odas a los soldados republicanos que van a morir por un país socialista frente al franquismo:

“¡Oh vida! ¡oh tierra! ¡oh España!

¡Onzas de sangre,

metros de sangre, líquidos de sangre,

sangre a caballo, a pie, a mural, sin diámetro,

sangre de cuatro en cuatro, sangre de agua

y sangre muerta de la sangre viva!”

Hace un año fue homenajeado en París con la inauguración de una ruta turística que rememora su paso por la capital intelectual de aquellos años de entreguerra. Amigo de Neruda, fue enterrado en el cementerio de Montparnasse, donde reposan Julio Cortázar y Jean-Paul Sartre. Las causas de su muerte son desconocidas, aunque se cree que el hambre fue la principal (http://maynorfreyre.com/blog/?p=111). Sobre este tema escribió una novela el chileno Roberto Bolaño, llamda Monsieur Pain (Anagrama, 1999).

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