En Puan, era un nombre discutido, la figurita que todos queríamos tener. Los rumores de un romance con Soledad Silveyra lo tenían como víctima. Allí, era jefe de cátedra en la materia Problemas de Literatura Latinoamericana, materia que cursé un cuatrimestre, en el cual, Viñas dio tres clases. A la primera no pude asistir. La segunda fue un largo discurso acerca de la muerte de Raúl Alfonsín, en la que contó que lo recordaba del Liceo militar, aunque a quien más recordaba era a Roberto Eduardo Viola, quien llegó a ser presidente de facto en el año 1981. Su principal queja hacia el otro difunto ex presidente, es decir, el radical electo democráticamente (quien popularizaría las frases "la casa está en orden" cuando la casa se venía abajo en picada, y "con la democracia se come, se cura y se educa", cuando se cagaban todos de hambre, se morían de anginas y apenas sabían leer), fue acerca del levantamiento en Campo de Mayo. "Por favor -gritaba con un vozarrón de motor de lancha, el espeso bigote blanco, mientras su portador, de prominente frente, esgrimía un cigarrillo humeante, al que solo le dio una pitada al prenderlo- un presidente de la nación, que es el jefe del Ejército, no puede permitir que un teniente (Aldo Rico) se insurreccione. ¿Para qué fue a negociar? para un militar que se rebela sólo hay una cosa que hacer, ¡por favor!, imponer la pena capital". Después del paréntesis se puso a dar la clase, que trataba acerca de los reyes españoles y sus linajes, durante las independencias latinoamericanas, todo adornado con alguna que otra cita de Quevedo, y la recitación de las letras primitivas de los himnos del continente y un comentario acerca del racismo argentino, especialmente cuando escuchó, tras la derrota de la selección nacional frente Bolivia por seis a uno, a la gente diciendo que estos bolitas nos hicieron seis goles. "Sí, ¡¿y qué problema hay con que los bolitas nos hayan ganado seis a uno?!", volvía a gritar el bigote exasperado, antes de tocer como perro abandonado en agosto.
La tercera clase que dio tuvo como tema los viajes a Estados Unidos de Domingo Sarmiento, intelectual a quien -a pesar de su unitarismo, antirrosismo o lo que más tarde llamaríamos gorilismo auténtico y bien fundamentado- admiraba profundamente, como escritor y periodista. Dijo, entre otras cosas que no recuerdo, que el texto tenía rasgos surrealistas en sus descripciones de los yanquis. Dijo también que el padre del aula admiraba al escritor Mark Twain.
Al terminar la clase, me le acerqué para saludarlo. Sostenía otro cigarrillo prendido que pitaba cada diez minutos:
-Muy interesante la clase.
-¿Qué?
-Muy interesante.
-¿Qué? -claro, a los 83 años y después de una vida agitada, la audición se deteriora (yo, con 25 abriles, ya estoy casi sordo).
-¿Usted sabe si Sarmiento llegó a conocer a Mark Twain?
-¿Cómo?
-Si sabe si Sarmineto y Mark Twain se encontraron en algún momento del viaje -dije subiendo el volumen hasta casi gritar.
-No te escucho pibe.
Por suerte una de las profesoras que lo ayudaban le repitió al oído mi pregunta. La escuchó y la entendió, pero la verdad es que no tenía ni idea de la respuesta.
-Yo leí a Mark Twain, fue un gran escritor y periodista de la cuenca del Mississippi.
Esa fue más o menos la conversación con David Viñas. Que en paz descanse.
David Viñas
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